Paloma


Paloma tiene el cuerpo lleno de brillitos, no se depila las axilas y viste un short de jean y un par de ojota gastadas.
Mira su celu mientras el vagón medio destartalado del subte E le zamarrea las partes. No tiene el look de la generación de los ‘70 que viajan con las caras de sus familiares colgadas del cuello ni de la de los ‘90, vestida para marchar segura y organizada (ropa suelta, zapatillas para correr y una mochila con documentos, un pañuelo extra y un limón cortado al medio)
Paloma es una millennial que va a la marcha.
Yo estoy a su lado. Estoy llegando tarde a una entrevista para una radio del colectivo cultural "eso en mi barrio se pelea" y estoy muy muy nerviosa por el tiempo y por la pregunta casi obligada que puedo imaginar y que no logro responder como me gustaría.
“¿Por qué venís a esta marcha?”
Soy familiar de un desaparecido y pareciera ser que eso ya alcanza como justificativo. Pero quiero decir algo más, aprovechar ese espacio para decir algo groso, algo trascendental…que todavía no puedo articular.
Estamos en la estación Independencia. Se me acaba el tiempo. La miro de nuevo. Se siente observada y sin temor me enfrenta a los ojos con una sonrisa. Se me ocurre una idea.
-Disculpame, ¿vas a la marcha?
-Si
-Y… ¿por qué vas? (vieron como soy, coneja atrevida)
Ella se pone seria
-¿Cómo por qué?- adivino la desconfianza en sus ojos. Me corro el suncho de la mochila y le muestro mi remera de “yo no lo voté” para tranquilizarla.
-Yo también voy, pero por qué vas vos?
La millennial baja un segundo su celular y piensa.
-Porque quiero participar, porque nunca más es nunca más y hoy pese a vivir en democracia yo me siento en una dictadura. Porque nos pueden matar como mataron a Marielle Franco, porque no me olvido de Santiago Maldonado ni de Julio Lopez, porque no quiero doctrinas Chocobares, porque voy a apoyar a las madres contra el patriarcad… PPPIIIIIIIIII
Paloma es una ametralladora verbal que se interrumpe solo por la apertura de puertas de la estación Bolivar. Me mira y y dice: nada, por eso, por todo. Y enfila hacia la puerta, chancletando sus ojotas.
Se las señalo, le digo cuidate, sonríe, me muestra su puño en alto. Me quedan dos preguntas más antes de que se la lleve la marea, cómo se llama y cuántos años tiene.
Soy Paloma, tengo 17.
No sé por qué pienso que esa nena podría ser mi hija y me emociono.
Pero el tiempo no se detiene y hay que seguir, me bajo veloz como el conejo de Alicia, subo las escaleras a saltitos y llego al cabildo. Es temprano y todavía se puede estar sentado en las escalinatas. Ahí un padre le da a su hija de siete años un stencil de fueron 30000 y le pregunta de qué color lo quiere hacer.
-Rosa
-¿Segura?
- No! violeta como el de mami.
Me freno y saco una foto, quiero guardarme este momento en el que las nenas cambian el rosa patriarcal por el violeta feminista.
Llego al gazebo de la radio y la veo a mi mamá. Casi al mismo tiempo llega mi hermana de la vida, Nana. Nos abrazamos.
Empieza la entrevista y como era de esperarse la pregunta nunca llegó. Me preguntaron en cambio por mi tío, por mi infancia en el exilio, hablamos de política, de feminismo, de lo importante que era ser tantos, de unirnos pese a nuestras diferencias, de cambiar el paradigma, de resistir a este modelo macrista y todo estuvo muy bien.
Pero lo mejor fue lo que pasó después.
Sole Fernández, la entrevistadora, al terminar me preguntó si podía hablar con mi mamá, ésta a regañadientes aceptó y por primera vez en cuarenta años juntó valor y contó su historia frente a un micrófono.
Y la gente se paró a escucharla.
Y a abrazarla.
Mientras la felicitaban me acerqué un momento a la bandera de los desaparecidos. Fue la primera vez que no sentí angustia al no encontrar a mi tío Ricardo entre las fotos…quizás porque tuve la certeza de que él y sus ideales siempre vivirían en mí.
Y en Paloma.
Y en una nena que pinta stencils color violeta.
Y en las miles de personas que se juntaron a decir 30000 compañeros detenidos desaparecidos presentes.
Ahora y siempre.
Ahora y siempre.
Ahora y siempre.
Es loco, ¿no? después de todo lo vivido esta tarde la pregunta “a qué vine a la marcha” se me resume en una frase simple y conocida. Fui a recordarme a mí misma que en estos tiempos difíciles, la única lucha que se pierde es la que se abandona.

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