Siesta

Con la cabeza girada hacia la pared, contaba las hojas de los rosales en el empapelado  sin  poder conciliar el sueño. Los resortes del colchón de lana rechinaban en cada mínimo movimiento.

—¿Dormís?

Giró y lo vio mirándola desde la otra cama. Las siestas de enero eran semejantes a una cortina de voile translucida que todo lo cubría. Pero a ellos ese hechizo no llegaba a tocarlos.

—¿Vamos en bici hasta el ombú?
      —No Roque, que mi abuela se va a despertar.
      —¡Daale! vamos y venimos antes de las cinco. Ni se va a dar cuenta.
—Sí se va a dar, dormí.

Giró de nuevo hacia la pared, mientras con el dedo recorría las flores descoloridas por el sol. Empezó a contar para adentro, sabía que no él no se iba a dar por vencido tan fácil. Lo adivinó bajarse de la cama. Acercarse sigiloso hasta la puerta.

 —¿Qué hacés?
   —¡Shhhhh! que la vas a despertar.
   —¿yo la voy a despertar??

Todavía de espaldas, oyó girar el picaporte con cuidado, como si abriera una caja fuerte, hasta ese click que los llevaría sin remedio a  los mejores quilombos.

—Dale hasta el ombú ida y vuelta, te llevo en mi bici, volvemos antes de las cinco.
—No nene.
—Daleee, ¡vamos!

Se dio vuelta justo para verlo salir del cuarto, sonriéndole por sobre el hombro. Ella saltó de la cama para ponerse las zapatillas y alcanzarlo antes de que llegara a la cocina.
Afuera las chicharras cantaban su mantra veraniego y  contrastaban con el silencio fresco y solemne de la casa. El sol se filtraba por las persianas, dibujaba patrones en los muñequitos de cerámica sobre los estantes. En la mesa abandonada con restos de pan y algunas manchas de salsa. El tiempo mismo se tomaba una siesta pero sus presencias no molestaba su sueño, eran forasteros del descanso.
            Salir al patio fue fácil. Saltar el paredón sin que ladrara el perro no tanto. Pero fueron veloces y apenas le arrancaron uno o dos ladridos al delator. Llegaron caminando hasta el garage, él saco la bici, y ella se sentó en el volante. 
            Eran más o menos veinte cuadras hasta el ombú, a partir de la décima el camino se volvía de tierra y las casas de material, la abuela de Sol llamaba a eso pobreza digna, a ella solo le parecía pobreza seca. La calle terminaba frente a una quinta abandonada que tenía en la entrada al viejo árbol. Era su lugar especial para las charlas profundas.
            Sentados en una rama-living él masticaba un pasto tierno y ella hacia pulseritas de hojas mientras hablaban de cosas importantes.
El tema esa tarde era: el bien y el mal.Con diez años ya tenían en la cabeza bien divididos estos conceptos. Claramente los animales era todo lo que estaba bien en este mundo. Los amaban a todos pero especialmente los que podían tocar...(él perro, ella gato) y soñaban con vivir en una mansión en donde recogerían a los callejeros para vivir en una comunidad feliz y peluda. 

      El mal les había sucedido a ella y a él.Otro escenario, misma tragedia.Y ambos lo llevaban en el cuerpo. Un aliento ácido que los había dejado mudos, rotos y un tipo de terror que los volvería para siempre cómplices del verdugo. 

    Su verdad ultima era simple. 
El mal eran los adultos. 

       Mientras ella hablaba entusiasmada sobre el tema, la luz traspasaba el verde de las hojas y creaba pequeños destellos sobre sus cuerpos. él se animó a tocarle la mejilla con el dedo. Luego el brazo, señalando los puntos brillantes. Sin casi transición se pusieron a jugar a que esas luces eran mágicas y daban super poderes. Sol se sintió un poco tonta en el juego, la invadió la duda, le soltó la pregunta sin pensar.

—¿Pero de en serio que estamos protegidos? Mirá si me pasa de nuevo, o te pasa algo malo a vos, o si ya no estamos juntos, o si...?

Roque la miró a los ojos, se paró al borde de la rama y blandiendo una espada invisible dijo con vos de héroe.

—No temas: eso no va a ocurrir.

Ella estalló de risa y a la vez se puso toda colorada.  La cara de él cambio de risueña a seria unos segundos, pero no se aguantó mucho y en seguida se empezó a reír. No le dieron lugar al silencio.

—Bueno, vamos que ya van a ser las cinco.

                                   




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