La mascota
Good
morning, heartache, sit down.
Billie
Holiday
Me despierta muy temprano, tipo a las siete. Se sube a la cama por los pies y me camina encima hasta acostarse sobre el pecho y despertarme con su peso. Después ya no me vuelvo a dormir y tengo que levantarme.
No
recuerdo cuando exactamente llegó a casa, hará cosa de un año más o menos. Se
escondió por los rincones, apareciendo cada tanto, tímido, sigiloso. Su
presencia era tan imperceptible, que a veces me preguntaba si realmente se
encontraba ahí o me lo estaba imaginando. Un día se subió a la cama…Y nunca más
se fue. Es altamente dependiente. Necesita ser alimentado, charla, atención, tiempo, necesita mucho tiempo. A veces me agota y pienso en abandonarlo, pero en seguida me arrrepiento, ¿cómo, si hoy por hoy es mi única compañía?
Cada tanto salimos a pasear juntos, es raro porque no andan por la calle, pero él es así,
no quiere dejarme ni a sol ni a
sombra. No hizo falta comprarle collar ni correa porque camina siempre a mi lado.
La gente me mira como a una loca, mientras le cuento como me fue en la facultad
o discutimos de política. Sin embargo mí me parece de lo más normal, en un
punto es como hablar con uno, ¿no?
Nunca me contradice ni me pelea pero su presencia me lleva a un sopor del que no se salir. Sin embargo cuando no lo siento cerca, algo me falta y soy yo quien reclama.
Mis
amigos me preguntan qué hago todo el día. Me piden que salga, me llaman, me
invitan a comer. Están convencidos de que estoy enferma de tristeza. Pero no es eso, no, sino
que no puedo salir y dejarlo. Tampoco quiero hablar tanto de esto, así
que siempre invento alguna excusa para quedarme en casa. Esto es casi todas las
noches.
Lo que
más le gusta es revolver fotos viejas y escuchar a Billie Holiday. Es algo que
hacemos al menos una vez al día. Se pone chocho de contento después de cada sesión, yo en cambio no.
Todo esto me hace daño y el de verdad que trata de consolarme, se me sube encima y me acuna. La mayoría de las veces consuela, pero hay momentos en que me cuesta respirar de tanto que pesa.
Todo esto me hace daño y el de verdad que trata de consolarme, se me sube encima y me acuna. La mayoría de las veces consuela, pero hay momentos en que me cuesta respirar de tanto que pesa.
Quizás las
mañanas son las más difíciles. Quisiera quedarme durmiendo hasta tarde,
descansar el cuerpo, el alma. Es el instante en que secretamente deseo que me abandone. Entonces le dejo la puerta del patio
entreabierta y bajito le pido a dios que se lo lleve, que le de otro dueño.
Pero ahí está.
Cada
mañana.
A las siete.
Sobre mi cuerpo.
Pidiéndome que no duerma más.
A las siete.
Sobre mi cuerpo.
Pidiéndome que no duerma más.
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