Candados




“El amor puede guardarse en algo más liviano y conveniente que un candado, como  por ejemplo, una selfie.  (B. Gulliard, vice alcalde de Paris. 30 de Mayo 2015 )


“Empleados municipales comenzarán hoy en Paris con los trabajos para sacar las 45 toneladas de candados que cuelgan del Puente de las Artes. Así la alcaldía decidió preservar uno de los patrimonios más icónicos de la capital francesa conocido en todo el mundo por sus candados del amor. ”
La nota estaba perdida en la mitad del periódico en un recuadro pequeño y sin foto, fácilmente olvidable para el lector distraido. Pero no para Anna. 
Dejó el café por la mitad y salió de la casa corriendo así como estaba, llegó al puente justo cuando el último tramo de reja se soltaba peligrosamente del arnés del montacargas y caia al piso. 
Un mar de candados de diferentes tamaños y colores se desparramó por el suelo del puente cayendo hacia el río. Ella ahogó un grito con sus dos manos y cruzó la valla policial sin pensar.

—¡Madmoaseille si vous ple! ¡vous ne pouvez pas faire ca!

               

Un agente logra interceptarla justo a tiempo e imperativo la acompaña del brazo de vuelta al otro lado de la valla. En un último forcejeo, ella consigue tomar algunos candados del piso. 
Al alejarse, el policia le explica que debe salir del puente  por su propia seguridad, que las rejas ya no soportan tanto peso y representan un peligro para todos.
Pero ella no está escuchando.
Anna está  mirando su mano mientras  se transporta atrás en el tiempo, cuando sentada frente a esas rejas jugaba con  alguien mas a creer , a contar las miles de promesas colgantes en ese lugar en donde el amor y la palabra amor tenían su amistad. Un último recuerdo le arranca una sonrisa nostálgica. 


“ …y eso, mi querida, es lo performativo ”

              

Ahora, tan solo un año más tarde, el mundo se presentaba diferente. Se encontraba sola, en un lugar en donde las palabras ya no eran amigas de las cosas, sino imágenes incompletas  o descripciones vacías.
 Todo era vacio.
El recuerdo se volvió amargo en su boca, quitar esos candados del puente era como robar todas las promesas hechas y eso la llenaba de tristeza. Pero, ¿qué era el amor mismo sino algo irreal o condenado a marchitarse, a ser removido cuando el tiempo, inevitable, lo oxidara ? 

Decidió alejarse del lugar, caminando al costado de un río casi negro que le calaba los huesos. Sintió ganas de llorar, aun así no se lo permitió. Para qué? Los ojos hacía rato que los tenía vacíos.

Llegó casi sin querer a la base de la Sacre Coeur. Muerta de frío, pensó en comer algo en algún restaurante coqueto de Montmartre, pero la interminable escalinata hacia arriba la desanimó y se metió en un mesón cualquiera de la Villette. 
El mozo se acercó parsimonioso a su mesa, con un gesto parisino típicamente antipático.

    —¿Mademoiselle? 

—Une soupe a l’oignon et un verre de vine blanc, sil vous plait.


Al quedarse sola, Anna sacó su libretita verde del bolso y trató de escribir algo. La imagen de los candados suicidándose en el Sena se repetía en su cabeza. Ella misma saltaba y se hundía en ese espejo negro  y helado en busca de las promesas perdidas, sintiendo como el agua le clavaba, impiadosa, agujas en todo el cuerpo.
Sumergida en sus pensamientos, comenzó a aguantar  la respiración para concentrarse mejor. Buscaba en sus profundidades la llave que la liberara del amor marchito, que aún le apretaba cada noche y cada mañana el pecho. 
Pero nada. Siempre era hundirse para nunca tocar el fondo, un vacio imposible de llenar.
Había dejado de respirar por casi medio minuto y en un acto reflejo dejó salir con fuerza todo el aire en sus pulmones.
 Al inhalar un aroma familiar la devolvió a la realidad.Venía  de la cocina y era casi igual al olor a mediodía de su casa cuando era niña, pero con un agregado que no podía precisar. Por un momento la curiosidad le ganó a la angustia ¿que era? Tomillo, orégano, ¿qué era?
Cuando llegó la sopa junto al vino, agradeció al mozo y guardó la libreta. Se quedó un momento con los ojos cerrados tratando de descifrar cuál era la especia escondida.  Aguantaba el deseo de probarla para ver si las papilas, ansiosas, podían descubrir al intruso. Soportó la tentación como un juego, tomó la cuchara lentamente, y acercó a sus labios el líquido humeante. Un calor intenso recorrió su paladar, su garganta, sintió a la sopa peregrinarla por dentro, mientras el sol entraba  por la ventana y las nubes se disipaban pintando a las calles de un lila plomizo. 
Admiró el paisaje por un momento antes de probar otro sorbo. Ya no sentía al Sena helándole los huesos, ni al gris de febrero estancado en sus ojos, solo un calor agradable en la panza. Nada trascendental o revelador, sólo un recuerdo de infancia  tibio recorriendole el cuerpo.
Metió la mano en el bolsillo de su tapado y sacó con cuidado los dos o tres candados rescatados. Cada uno representaba una promesa de amor, y ella, mal que mal los había salvado del olvido. Probó otro sorbo, la idea de lo performativo regresó a su cabeza.

Restaurante/restaurar/ recomponer.

“…y eso, mi querida…”

Con el cuerpo templado, se le ocurrió  que quizás el amor, más que brotar para luego marchitarse inevitable, surgía a cada momento en los lugares más impensados, y que podía -con un poco de suerte- renacer una y otra vez en cualquier lugar y en cualquier cosa. 

Incluso, en un plato de sopa.

   (Preparó la última cucharada ceremoniosa, sopló con cuidado y justo antes de tragar...¡Estragón!)           





Comentarios

Entradas populares de este blog

Sumergida

Calavera no chilla

El rol de los objetos