El reflejo
Porque nadie tiene mas sed de tierra,
de sangre y de sexualidad feroz que
estas criaturasque habitan los frios espejos.
Alejandra Pizarnik
estas criaturasque habitan los frios espejos.
Alejandra Pizarnik
Miguel sonríe frente al espejo.
Sostiene la expresión unos segundos hasta que se vuelve artificial. Se acerca dudoso al cristal,
descubre un par de arrugas finas en la comisura de los labios y se las toca.
Cambia el gesto, afofa la mirada y tuerce la boca creando una mueca boba. Toma
distancia, se levanta la remera, mete la panza y contrae los abdominales. Solo
se marcan un poco, el centro queda blando, hay un rastro incipiente de flacidez. Suspira y corre la mirada.
A
miguel no lo obsesiona su cuerpo sino su reflejo. Ese extraño que vive en cada
superficie lisa que lo duplica. Hay algo tenebroso en el hombre que lo mira
desde el otro lado. Pareciera estar inerte y a la vez, a la espera de algo.
Chasquea la lengua y va hacia la cocina, abre la heladera, nada lo
tienta. Cierra la puerta, la vuelve abrir, la cierra. Piensa en que mejor se va
mirar un rato tele, va para el living y se tira en el sofá, busca los controles
y mira la pantalla, el televisor lo desdobla. Ahí está él, imitando sus
movimientos, recreando la pantomima diaria de ser Miguel. Lo espía por el
rabillo del ojo mientras sigue buscando, se pregunta si la gente lo percibe de
la misma manera que él percibe a su gemelo.
Pensar en ello le
genera malestar y ya no le interesa mirar televisión, quiere estar solo,
realmente solo. Sale al balcón a fumar, en el espacio abierto, libre de reflejos, pita con gusto y exhala una bocanada densa y blanquesina con cierto alivio. Pero la sensación le dura poco, sabe que la libertad es una
quimera, que ése, el otro, puja dentro suyo, generando siempre esa duda de
quién copia a quién. ¿Quién está adentro y quien está afuera? ¿Quién, en última
instancia decide?
Esta sensación se recrudece especialmente los
domingos, día muerto en que se aguarda con angustia al lunes y convierte al
tiempo en una masa viscosa que lo deja adherido a cualquier rincón de la casa,
liberando a su vez pensamientos
siniestros que lo habitan y que tan bien guarda el trajín de la vida diaria.
Vuelve al baño, otra vez el reflejo, el extraño conocido, el inquisidor. ¿Por qué hay tantos espejos en esta casa?
Vuelve al baño, otra vez el reflejo, el extraño conocido, el inquisidor. ¿Por qué hay tantos espejos en esta casa?
—¿Inés…
hace falta tanto espejo?
—¿Te
parecen muchos?
— Y… uno acá, uno en el cuarto, uno en el pasillo, otro en la sala, ¿explicame para qué hay tantos?
— Y… uno acá, uno en el cuarto, uno en el pasillo, otro en la sala, ¿explicame para qué hay tantos?
Inés
conoce a su marido, sabe que los domingos son duros para él. Paciente, se
acerca, le besa la nariz y le dice con ternura:
—No
son tantos amor, pero puedo darte una respuesta más profunda si querés, –hace una pausa, cambia el tono de voz y dice solemne- los espejos están
para recordarnos que existimos.- a eso le suma una risita boba.
El también ríe, sabe que su
mujer busca aliviarlo y la besa, como se besa a alguien que ha estado demasiado
tiempo cerca. Sin embargo comentario lo angustia terriblemente, ¿quién existe?
Quisiera sentirse reconfortado,pero no puede dejar de pensar que éste, el atrapado en los reflejos le está pidiendo que lo desligue, que lo saque de la miseria eterna del plagio. No quiere caer en al cursileria de preguntarse si él mismo, sin un reflejo seguiría existiendo, sin embargo inconscientemente lo hace.
Quisiera sentirse reconfortado,pero no puede dejar de pensar que éste, el atrapado en los reflejos le está pidiendo que lo desligue, que lo saque de la miseria eterna del plagio. No quiere caer en al cursileria de preguntarse si él mismo, sin un reflejo seguiría existiendo, sin embargo inconscientemente lo hace.
Su mujer aun percibe el malestar e
intenta una vez más sacarlo de sí mismo.
—Dale,
vamos a la cocina que te hago un mates.
Antes de salir del baño, complice, Ines le palmea una nalga y le sonríe a través del cristal. A Miguel lo recorre un escalofrío.
No es su mujer quien le sonríe.
Antes de salir del baño, complice, Ines le palmea una nalga y le sonríe a través del cristal. A Miguel lo recorre un escalofrío.
No es su mujer quien le sonríe.
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