El destino

Salí del subte con la mirada fija en el pedazo cielo que apenas se veía desde la escalera mecánica, en cámara lenta un cartel en tonos marrones iba asomadose llamando mi atención.Café El Destino.Era el típico bar de antaño venido a menos. Me causó gracia el nombre y casi sin pensarlo entré.

Nelson (así decía el cartelito en su delantal) tenía la mirada vacía y un nerviosismo en las manos que me perturbaba. Había aparecido de la nada y su qué se va servir no sonaba a una  pregunta sino más bien a una orden impaciente.-Eh… hola, una Corona por favor.-¿Cerveza? ¿A esta hora? ¿No querés mejor un café?-La pregunta me incomodó.-No. Gracias. Prefiero una cerveza.
Noté en su silencio cierta molestia, como si le ofendiera que no me
tomara un café a esa hora. Debería haberlo mandado a freír churros
e irme, pero la violencia me desubica, y ante la agresión me aplaco.
-Por ahí un café sería mejor como vos decís, pero hoy no, no es una tarde cualquiera para mí.-Tampoco lo es para mí-. Respondió en un tono apagado, negociando la tregua y aflojando la tensión. Iba a decir algo mas pero nos interrumpió una señora en el fondo del salón que sin ningún respeto comenzó a llamarlo con el tono típico apurado de alguien que se quiere ir.
-¡¿Mozo, Mozo, querido?!
Nelson giró la cabeza y la fulminó con la mirada, logrando hacerla callar. -¿Qué difícil es la gente a veces, no?-Le dije por pura empatia. Me miró sorprendido, supongo que no lo esperaba, pero no dijo nada, solo sonrió y se fue.

Abrí el libro y apenas pude leer una o dos páginas. Había un murmullo  molesto y la música del lugar no llegaba a taparlo, parecía imposible concentrarse. Levante la vista y miré a mi alrededor, el bar estaba lleno, parecía un zoológico. La imagen me llevó a pensar cómo sería un tour para alguien o algo que desconociera a la raza humana.
Seguramente comenzaría por la mesa de los hombres de negocios charlando de política, la del grupo de estudiantes de la facultad con sus libros y resaltadores, las de las señoronas con su té de las cinco, la de las  parejas, algunas aburridas y establecidas, otras potenciales, la de la solterona alcohólica (o sea, yo) y el infaltable policía en la barra.
Y Nelson solo, en el salón, atendiéndonos a todos.

Lo observé en detalle a él un rato largo, yendo y viniendo sin descanso, con el encargado moscardeándolo, ordenándole que hacer y cómo hacerlo. 
Lo trataba mas como a su esclavo personal que como a un compañero de trabajo. Pensé en mi padre, cuando me explicaba de chica como el sistema creaba en cada ambiente laborar un lacayo del patrón(le encantaban esos términos populares y algo arcaicos) que explotaba a los otros en su nombre solo por  pura proyección, lamenté no haberlo escuchado entonces, no haberme dedicado con mas esfuerzo a estudiar esta problemática que parecía nunca acabar. En medio de estas elucubraciones,  llegó Nelson con mi cerveza y un vaso pequeño de jugo de naranja.  Apoyó todo sobre la mesa con especial cuidado, dudando donde ubicar el vasito, hasta que finalmente lo soltó casi en la punta opuesta de la mesa.

-Invitación de la casa.

Sonreí y volví al libro una vez más, pero leer era imposible, Dios son de verdad animales, pensé, y  resignada levante la vista buscando a los culpables de tanto escándalo.  Mi mirada se detuvo en la mesa de una pareja en sus 40. Ella, falsa rubia, diminuta, típica muñequita refinada, sentada cual princesa de Prusia, las manos sobre los muslos y la cara de insatisfecha. Él, nervioso, peinándose los tres pelos extra largos que trataban de disimular la inminente calvicie. Aclarándose la garganta  para darse ánimos, doblando y desdoblando un papelito arrugado.

-Mira Lucía, me gustás mucho, pero mucho, y bueno, no sé, quería mostrarte algo que hice.
- ¿Un regalo? ¿Para mí?
-Bueno, no es exactament… pará…mejor…te lo leo.

Se paró solemne. Ella actuaba como si nada. Decidido a ser tomado en cuenta, el tipo se trepó a la silla y sin más comenzó a vociferar.


Siento que mi cuerpo está como loco, vibra, siente, vuela. Como si un amanecer entrara por el cuarto cada vez que estamos juntos. Volé el techo y siento que con tu amor lo puedo todo. Sólo con el aire caliente de tu aliento me transporto hasta la luna. Te amo y nada romperá con este sentimiento. Mis pies y mis labios se mueven al ritmo de las letras de tu nombre. La felicidad es la verdad última.”

A lo que la señorita respondió con una carcajada maligna.

-No podrías ser más cursi, Osvaldo, lo nuestro  sólo es  lo que es, ¿está claro? Si te separas de tu mujer, esto se acaba.

Senti pena por el señor y el momento embarazoso que le tocaba vivir,pero me causaba algo de gracia, lo valiente no lo liberaba de lo cursi. De la mesa de al lado abrupto, se paró uno de los yupis.

-Dejala flaco… ¿No ves que todas las minas son iguales? Todas histéricas.

Alguien habló desde el fondo.

Metete en tus cosas gordo resentido! ¡Antes de dar consejos andá a bajar esa busarda!

Se hizo silencio por un instante, el hombre de traje recorrió el salón buscando al autor del insulto, era una de las chicas de la facultad, que parada de brazos cruzados lo miraba sin miedo. Comencé a revolverme incómoda en la silla. Como dije, las situaciones de violencia me ponen mal y realmente esperaba que este escándalo terminara pronto para poder irme. Busqué al mozo  para pedir la cuenta, lo descubrí haciendo una maniobra rara sobre las jarras de jugo. Cruzamos las miradas y raudo se acercó a la mesa.

-No tomes eso que está feo, te traigo otro. 
-Dejalo, esta rico.
-NO, dame el vaso.

No se bien que fue,si su tono o su mirada preocupada pero ese momento me di cuenta.Miré hacia  las mesas y todas tenían el vasito, en cada una de ellas había una o dos de esas “invitaciones de la casa”  vacías. Miré el mío, estaba por la mitad, pude recordar el momento de frescura dulzona y algo metálica bajando por mi garganta. Llegué a tomarle la muñeca justo antes de que se lo llevara.

- ¿Que está pasando acá Nelson?- no lo conocía como para llamarlo por el nombre de pila, pero por algún motivo me pareció natural hacerlo.
-Nada ¿por?
-Algo pasa, ¡mira cómo está la gente!-Y  le señalé el centro del salón. El lugar se había transformado en una vorágine de extraños que se gritaban pero también se abrazaban o se reían frenéticamente para volver a discutir o a abrazarse o a reír en un círculo interminable.

Las viejas acaloradas se ventilaban las polleras. Los hombres de negocios hacían discursos grandilocuentes, sacudiendo el dedo en el aire ante un público imaginario. Uno de los chicos de la facultad miraba a un centímetro de distancia la heladera de las tortas, hablándoles en vos bajita, tratando de convencerlas  de quien sabe qué. Otras mesas jugaban a tirarse los servilleteros. Los enamorados estaban prendidos fuego. Y los establecidos miraban fijamente a los enamorados sin pudor alguno, como en un cine porno popular.

Y Nelson sonriendo.
                 
Salido de otra película el encargado del bar corría de izquierda a derecha tratando de controlar el caos, no parecía estar bajo ningún efecto y en busca de ayuda sacudía al policía de los hombros para que haga algo, pero solo lograba una mirada  boba y vacía del agente.
                
-¿Qué le pusiste al jugo?
-Nada, no sé de qué me hablás.
-¿Nelson qué le pusiste?-Le hablaba como si fuera mi amigo, le hablaba eufórica, demasiado eufórica.
-Quedate tranquila querés, que a vos  no te va a pasar nada.
-¿Que a mí no me va a pasar…? ¡Ay que hijo de p… ya sé que le pusiste!-No sabía de donde me salía ese tono tan confianzudo, pero lo que me pasaba a mi parecía pasarle a todos. Estábamos en un estado de absoluta libertad subconsciente y de hermandad demencial.

Era un espectáculo grotesco sí, pero también gracioso. Y Nelson era el perfecto terrorista. En vez de poner la bomba en el bar, la había puesto en cada uno de los clientes. Notó mi sonrisa.
            
-Divertido ¿no?
No me pareció sano alimentar tanta locura por mas genial que fuera así que dije en tono de reproche
-Peligroso diría yo, ¿por qué lo haces?
-Porque ese hijo de puta me las va a pagar-y me mientras me señalaba al encargado se acercó aun mas a la mesa como para seguir hablando.

Le corrí la silla en un gesto de confianza, el se sentó y comenzó con un "yo soy un buen tipo, sabes?" pero en seguida notamos que la suya, era la única voz  que se escuchaba en el bar. Algo había cambiado de nuevo. La hermandad barullera trasmutaba lentamente en un ostracismo perturbador. Las señoras ya no se ventilaban las polleras pero revolvían lascivas sus manos debajo de la falda.
Los yupis daban órdenes sólo con sus dedos, y algunos de los estudiantes se sometían a ellos, asustados. El muchacho de la heladera había decido entrar, acurrucarse a lo indio, cerrar la puerta corrediza y tener una conversación más íntima con las tortas.

En la mesa del poeta amante todo estaba teñido de una calma inaguantable, ella se miraba en el reflejo de la ventana, sonreía y le daba besitos al vidrio. Él jugaba con un cuchillo de plástico, mirando absorto el largo y blanco cuello de su amada.
Tuve un mal presentimiento, busqué al policía. Horrorizada vi como metía y sacaba el dedo meñique en la pistola, apuntando directo a su cara. Pero a Nelson este inminente caos no le producía nada,su mirada seguía tan vacía como siempre.
Con la mayor de las naturalidades, comenzó a sacarse la chaqueta marrón sin apuro, se pasó la mano por su cabello renegrido, suspiró y se encaminó lento hacia la puerta.

-Yo me voy.

Me subió un escalofrió por las piernas, no podía moverlas, transpiraba a mares, y sin saber bien por qué tuve ganas de llorar. Mis sensaciones se comparaban a las de un animal acorralado, probablemente como todos en el Destino, pero la pregunta era, que animal era yo? 

Traté de controlarme, conectarme con lo más básico de mi misma… y en el tono más encantador que el miedo me permitía, casi en un ronroneo le dije:
-¿Me puedo ir con vos?


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