México es mágico II



II-Cenote
Salimos con el Charrúa para Puerto Morelos entre un millón de recomendaciones y su sólita frasecita “ no te vayas a achicar, eh?”
Habíamos decidido esa mañana, en menos de dos minutos, que necesitábamos sanar de una vez invocando a las aguas milagrosas de los cenotes, luego de todo un lunes de intoxicación y cama.
Claramente una maldición de los dioses por abusar del picante local. Esta vez ofendí al mismísimo Moctezuma porque quedé tirada 24 horas boqueando cual pez moribundo.
Cuando llegamos a Kin Ha lo primero que vi al bajar del auto fueron dos cruces inmensas de madera tallada y debajo de ellas cuatro bicis, algunos gatos flacos, la virgen de Guadalupe, un San la muerte, varias máscaras rituales, las banderitas de colores de plástico, botellas de cerveza casi vacías de alguna noche de fiesta y un lorito fotogénico. Todo junto, en menos dos metros cuadrados.
¡Y que viva México cabrón!
Una vez adentro, encaramos directo al primer cenote. Un agujero en la tierra con una tablita atravesada y seis metros más abajo un rio azul profundo en el que la luz se perdía en un fondo negro como el miedo. Ya no parecía tan buena idea el plan.
Pero el Charrúa ni cuenta se dio de mi duda y ya había comenzado a explicarme que este es el más pequeño de los cenotes y que no te vas a achicar ehh? y que solo camina hacia delante y que el eje y que si estás prestando atención y blaaaaaa.
Yo miraba hacia abajo en silencio. Seis metros, una decisión, un resultado y un fondo al que nunca se llega para impulsarse hacia arriba. Fue imposible no entregarse a cada analogía posible de estos últimos dos años en un microsegundo.
Saltar al vacío es un recuerdo traumático para mí. O porque no lo hice y todo se puso rancio, o porque sí lo hice y destruí mi vida en un tris.
El problema no es saltar.
Es cuando.
Y como.
-Me escuchaste o no?
El Charrúa no estaba para estas charlas internas y llegó al rescate con la respuesta perfecta para sacarme de mí misma. Yo te digo “saltá” y vos saltas. Ahh!! perrita expedita sabe de eso. Medio pie fuera del borde, medio pie dentro, miro el fondo azulado y:
-Saltá!!
Splasssh!!!
Prueba superada. Ya en el agua la adrenalina no me dejaba hacer una foto digna de Instagram y mi cerebro lleno de dopamina me había convertido en la Su Giménez.
-Esta muy fría el agua.
-Es un cenote.
-Que lindo los pajaritos!
-Eeehhh… son murciélagos
-…viiivos!!??
Después de un rato de disfrutar del silencio del lugar (y el terror de que se te meta una rata voladora en el pelo) decidimos salir al segundo cenote. Este era mega grande. Con dos tirolesas, cuatro plataformas de altura para tirarse y ningún bondi para volverse.
Ok… tirolesas: obvio que hay una técnica y donde hay técnica estoy en control. Mismo sistema, agarrate fuerte, aguantá tu propio peso y en cierto momento, soltá y no te vas a achicar ehh?. Flashback!
Hablemos de todo esto en estos dos últimos años.
No!
Súper charrúa al rescate mental y tá, yo te digo.
-Saltá!
No sé cuántos metros, pero muchos más que seis son de caída libre desde la tirolesa más alta. Suelto la cuerda al instante que oigo la orden y caigo.
Caigo.
Caigo.
Nota:en las caídas libres uno no piensa en nada, solo flota a máxima velocidad mientras el alma se pone en blanco como si le diera una probadita a la muerte.
Splashh!!
El muro helado me atrapa y sí, duele, como debe doler nacer, pero el silencio líquido del cenote me cubre para reclamarme, para gritarle a cada cada cm. cuadrado de mi piel: Esta es TU vida. Y vos podés!
Bajo a las profundidades pero no me abandono. Ya aprendí que a veces es demasiado profundo como para esperar tocar fondo. Empiezo a mover los brazos hacia arriba, sigo a la luz y a las burbujitas. Cuando llego a la superficie veo el sol estallado en el agua y en un papalote quichicientas libélulas súper libertinas cantando “si nos organizaamos…”
A estas alturas yo ya gané.
Pero falta, el cenote me reclama. El sol me reclama. Las libélulas me reclaman. “ahora vos. Ahora sola. Aprende el cuándo. Aprende el cómo. Aprende.”
Desde abajo puedo ver las cuatro plataformas de salto y no puedo imaginarme saltando de ninguna. Doy vueltas en el agua, la masa líquida milagrosa hace lo suyo. Perspectiva desde acá? todas se ven altísimas, la de 2 metros, la de 6, la de 10 y la de 14 metros. No mentira, la de 14 ni la veo. Lección número uno: aprende tus límites.
Catorce metros no.
Vamos por los diez metros, escucho las indicaciones, el súper Charrúa es un genio del couching pero no me puede ayudar en ésta. Él salta sin pensar, yo sin pensar no puedo ni lavarme los dientes. Igual lo escucho, caer mal puede ser jodido a diez metros y todavía tengo un mes de gira.
Llega el momento, no son tantos los que lo logran. Muchos corren y frenan justo en el borde. Eso me llena de dudas. Tengo miedo, lo siento, lo huelo, es miedo, tengo que disiparlo. Bajo y salto el de seis metros sin vueltas.
 Lo que hace una hora fue imposible sin una voz de comando, ahora es natural y necesario para seguir adelante. Esa soy yo aprendiendo.
(Esta es TU vida)
Subo de nuevo. El Charrúa está en el agua y ya se avivó de todo. No dice nada más. Yo Corro y freno en el borde. Fuck. Está bien. Aprender el cuándo. El cómo. Tomo menos carrera. Pero la decisión está tomada y ahora sí no pienso. Solo me digo:
-Saltá!
Caigo tan rápido y tan interminablemente que en el último segundo estalla de miedo mi cara pero estiro los pies pego los brazos al cuerpo y…
Splashh !!!!
El agua es toda implacable y generosa en su mensaje. Estás viva! Vos podés!
Salí un poco aturdida. Escuche risas, pasaron cosas, hablamos de trivialidades, sacamos selfies pero yo ya no era la misma.
Luego corrió el día, la tarde y la noche como cada noche y a la mañana siguiente, la realidad nos puso al charrúa y a mí por un segundo on hold.
Pero a mi amiga. A ella. La realidad le rompió el corazón en mil pedazos.
Con solo una llamada.
El shock duró unos segundos, me levanté como golpeada como un rayo y empecé a hacer cosas. Porque eso hacemos las mujeres ante lo inevitable. 
Cosas. 
No lloramos. No gritamos. No damos golpes a la pared.
Ordenamos. Limpiamos. Preparamos desayunos. Organizamos, armamos valijas y no me hables, no me abraces porque no hay tiempo.
Hay que hacer cosas.
Yo sé, yo fui esa...
Pero como ahora era otra esperé con calma. El cuándo. El cómo.
Y en el momento justo, me acerqué a mi amiga, la abracé fuerte y le dije: Acá estoy, yo me quedo cuidando el rancho, te quiero, te admiro, vos podés.
Otra gran mujer me segundó en el abrazo, para dejarle bien en claro que estábamos ahí para apoyarla. Ella corcoveaba un poco, que les voy a mentir, pero al final se aflojó y liberó sus lágrimas cual burbujitas hacia la superficie del cenote. La solté como quien suelta a una gata que ya se ha molestado bastante, la besé en la mejilla y con el corazón estrujado, la dejé partir.
La verdad es que no sé qué me llevo a hacerlo. Apretujarla así, a riesgo de que se me enojara ella, que se me enojaran los dioses. Si yo sé bien de las maldiciones mexicanas, por qué hago estas cosas?
No sé… quizás me excedí…pero bueno, fue el cenote.
Me envalentonó el cenote.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Sumergida

Calavera no chilla

El rol de los objetos